
A primera vista, la historia del vino en Nueva Zelanda no parece ser una historia larga ni interesante.
La elaboración de vinos con variedades de uvas europeas se generalizó en la década de 1980 y solo desde la década de 1990 los sauvignon blancs del país y, más tarde, los pinot noirs lograron una presencia significativa en los mercados internacionales.
Sin embargo, la vid era una planta común en los jardines de los primeros colonos, y existen registros de vino embotellado en Nueva Zelanda en el momento de la firma del Tratado de Waitangi en 1840. Si rebuscamos bien en la historia del vino de Nueva Zelanda veremos que ha seguido un camino fascinante.
El primer registro de una plantación de vides lo encontramos en Bay of Islands en 1819, llevado a cabo por Samuel Marsden, un misionero anglicano. Estas primeras plantaciones eran para uso religioso y consumo familiar, no como fuente principal de ingresos.
El primer enólogo del que se tienen registros fue el escocés James Busby, que además fue el primer residente británico en Nueva Zelanda.
Otro dato interesante es el registro del explorador francés, Dumont d’Urville, cuando visitó a busby en Waitangi en 1840 le dieron a probar un vino y nos queda constancia de sus palabras, “un vino ligero, muy espumoso y delicioso al gusto…”
Sacerdotes y campesinos franceses, granjeros de Hawke’s Bay, buscadores de caucho croatas, entre otros, preservaron la llama encendida por Busby a lo largo del SXIX.
Profundizamos en el caso de los inmigrantes dálmatas, que originalmente emigraron a Nueva Zelanda para trabajar en los campos de caucho de Northland. Se mudaron a estás áreas rurales que rodeaban Auckland y allí establecieron huertos, viñedos y bodegas para el abastecimiento del mercado local.

Estas familias que crearon la incipiente industria de la viticultura fueron las precursoras de la industria del vino plantando vides que eran propias para la fabricación del vino de forma más continua e industrializado, utilizando uvas tipo Sauvignon Blanc y Chardonnay. Comenzaron a plantar en lugares nuevos en función de los nuevos requisitos, como cerca de los mercados.
A pesar de todos estos esfuerzos, plagas como el oidio, el mildiú o la filoxera y junto con fanáticos prohibicionistas consiguieron que se desvanecieran los primeros sueños de una floreciente industria del vino en Nueva Zelanda.
En las décadas de 1920 y 1930 el crecimiento fue gradual pero no espectacular. La industria del vino floreció durante la Segunda Guerra Mundial, cuando se aumentaron los impuestos sobre los vinos importados.
Los jóvenes enólogos de Nueva Zelanda viajaron y trabajaron en bodegas europeas, estadounidenses y australianas, aprendiendo las distintas técnicas y así pudieron combinar las europeas del “Viejo Mundo” con las del “Nuevo Mundo” que se basaban en una ciencia que se estaba desarrollando en EE.UU. y en Australia.
En las décadas de 1950 y 1960, debido a una serie de concesiones legislativas de los sucesivos gobiernos, entre las que se incluyen una importante reducción en la cantidad mínima de vino que los enólogos podían vender, la aprobación de más puntos de venta minorista y la concesión de licencias a restaurante para vender vino (1960), hizo que continuara la expansión.
Además, en las décadas de 1960 y 1970 hubo fuertes inversiones de empresas extranjeras, australianas y estadounidenses. A partir de 1970 se produjo una gran mejora en la calidad del vino y un gran énfasis en la producción de vinos blancos ligeros, afrutados y ligeramente dulces, con el cultivo intensivo de la variedad muller-thurgau en la zona de Marlborough.
En un principio, las bodegas de Nueva Zelanda servían al pequeño mercado interno, operando dentro de una economía altamente regulada.
Sin embargo, en 1985, el gobierno tomó medidas para acelerar las barreras contra la importación de vinos extranjeros, lo que permitió a bodegas australianas, en 1990, competir en el mercado de Nueva Zelanda en igualdad de condiciones.

En las últimas décadas, se ha estado elaborando otro tipo de vino en Nueva Zelanda completamente distinto, el vino más seco, con variedades de uva como Sauvignon Blanc, Chardonnay, Pinot Gris y Pinot Noir. El Reino Unido fue el primero en descubrir el Sauvignon Blanc de Nueva Zelanda.
Hoy en día este tipo de vino es el predominante en la producción de la industria.
Para contrarrestar la pérdida del mercado interno, los enólogos neozelandeses impulsaron una campaña de exportación de vino de Nueva Zelanda que se disparó de 18 millones NZD en 1990 a 2.000 millones de NZD en 2020, gracias al éxito inicial en el Reino Unido aumentaron las hectáreas dedicadas a Sauvignon Blanc.
Las nuevas compañías de vino están proliferando, desde Northland hasta Central Otago. Hace 30 años, había menos de 100 bodegas en Nueva Zelanda, hoy en días esta cifra se ha visto gratamente aumentada a más de 670 bodegas. Es un mercado que sigue en crecimiento constantemente.
El enfoque innovador de Nueva Zelanda para la resolución de problemas significó que se crearan muchas bodegas pequeñas basadas en el sueño de hacer vino y se convirtieran en negocios exitosos.
Los niveles de calidad del vino de Nueva Zelanda son muy altos y los vinos tienen precios superiores a nivel internacional, pero sigue siendo una industria pequeña según los estándares mundiales, que produce solo el 1% del vino del mundo.
A nivel internacional, la reputación del vino de Nueva Zelanda se basa en los sabores chispeantes y ásperos y las texturas del Sauvignon Blanc.
Nueva Zelanda ha desarrollado un estilo y una marca de Sauvignon Blanc que se reconoce como una expresión de su imagen en el extranjero que es icónica y reconocible al instante. Todo esto ha tenido lugar en un período muy corto de alrededor de 50 años, lo que en términos de desarrollo de la viticultura es casi un abrir y cerrar de ojos en el tiempo.
Samuel Marsden observó hace casi 200 años que “Nueva Zelanda promete ser muy favorable a la vid”. Su predicción se ha cumplido de manera brillante.